Centroamérica: cabeza de playa del cambio climático

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Centroamérica: cabeza de playa del cambio climático

Un ejemplo de injusticia ambiental[1]

 

David Barrios Rodríguez, UNAM, México

 

En 1976 la autora estadounidense Susan Sontag acuñó la noción epifanía negativa para dar cuenta de la sensación que le produjo a los 12 años de edad, tener conocimiento por medio de fotografías de lo que había ocurrido en los campos de concentración nazis. En términos colectivos ciertas imágenes pueden despertar la consciencia respecto a alguna injusticia, pero, siguiendo a Sontag, esto ocurre a partir de un contexto apropiado de disposición y actitud. Esto lo ejemplifica con la reacción diferenciada de la opinión pública de Estados Unidos respecto a las incursiones bélicas en Corea y Vietnam, reflexionando que en el primer caso, de haber tenido registros fotográficos similares a los que se produjeron 10 años después, habrían resultado invisibilizados porque no había espacio ideológico para establecer empatía con el pueblo coreano. En Vietnam la difusión de imágenes sobre la brutalidad de la invasión tuvo costos altísimos para el Departamento de Defensa de la potencia de Norteamérica que terminó siendo derrotada por la tenacidad de la población vietnamita, a pesar de la enorme asimetría con que se dio la lucha de liberación. Esto estuvo relacionado con que había una cierta definición social de lo que estaba ocurriendo: En Corea, la propaganda de Estados Unidos  planteó el conflicto armado en términos de un enfrentamiento entre el “mundo libre” contra la Unión Soviética y China; en Vietnam, el despliegue bélico se entendió como una guerra colonialista salvaje.[2]

Algo similar ocurre en la actualidad con los discursos que intentan oscurecer, administrar y distribuir la responsabilidad sobre la catástrofe ecológica en que nos encontramos inmersxs. Estos van desde el extremo negacionista, el afán de lucro corporativo que pisa el acelerador profundizando las actividades extractivas, o los discursos “verdes” que simulan poder posponer los efectos del cambio climático. Al mismo tiempo somos parte de un agresivo proceso de extinción de especies; así como de insospechados cambios en el clima que impactan de manera profunda a las sociedades del planeta y los ecosistemas, mientras convivimos junto con los demás seres vivos en un entorno en que proliferan contaminantes tóxicos. Por ello resulta vital disputar el sentido del proceso, para contrarrestar la invisibilización de sus causas y formas de funcionamiento.

En un momento caracterizado por la polarización que abarca distintas escalas y modalidades, la dimensión ecológica es la más apremiante, a pesar de que la problemática no entró en el imaginario colectivo sino de manera relativamente reciente. Como ejemplo de ello, considérese el Doomsday clock (reloj del fin del mundo) instaurado en 1947 por el Bulletin of the Atomic Scientists (fundado por la Universidad de Chicago y Albert Einstein) enfocado a sopesar las amenazas derivadas del desarrollo armamentístico en el contexto de la Guerra Fría. Al considerar sólo estos elementos, el momento de mayor peligro fue situado entre 1952 y 1953 cuando se llevaron a cabo ensayos con bombas de hidrógeno y las manecillas del reloj fueron colocadas a 2 minutos de la “medianoche” de la humanidad. Sólo de manera muy reciente, en 2007, se agregaron los peligros relacionados con el cambio climático y el calentamiento global. En 2018 y 2019, considerando el curso de la catástrofe ecológica en marcha, el reloj volvió a la posición de mayor peligro desde que se comenzó a realizar este balance. Esto incluso fue denominado como un “nuevo anormal” que intenta dar cuenta del peligro  que representa la estabilización de esta modalidad crítica para la especie y que se caracterizaría entre otras cosas por la anomia y parálisis social; siendo finalmente colocado a 100 segundos del “fin del mundo”  en 2020, en donde se ha mantenido desde entonces.[3]

Entre otras definiciones posibles y que tienen sus especificidades, remitir lo que ocurre al Capitaloceno permite reconocer el proceso histórico derivado de una forma de organizar la sociedad que fagocita y destruye la trama de la vida.[4] Esto obedece a que en el centro del proceso se encuentra una lógica de producción que somete todo a su paso en pos de la valorización del valor, a lo que se agrega una dinámica voraz representada por las actividades extractivas que resultan cada vez más disruptivas a partir de tecnologías como la fractura hidráulica o la minería a cielo abierto. A ello se han  agregado las transformaciones vinculadas con el agronegocio (monocultivos de flex crops o cultivos comodines e industria cárnica),  la industria  farmacéutica, o la tecnología de punta (informática, aeroespacial).

Mención aparte merece el complejo militar industrial, en especial el de Estados Unidos. Muestra de ello es la solicitud recién realizada por el Congreso de Estados Unidos al Secretario de Defensa de Joe Biden, Lloyd Austin III en el sentido de considerar  los efectos del cambio climático en la definición de la Estrategia de Defensa Nacional, entre otras cosas, para realizar modificaciones en la solicitud presupuestaria, ya que el Departamento de Defensa de Estados Unidos es la institución a nivel mundial que más consume petróleo y que por tanto es la que produce más gases de efecto invernadero.[5]

Las transformaciones a las que asistimos se dan en distintos ámbitos y prefiguran daños irreversibles en virtud de los procesos de disminución/empobrecimiento de la biodiversidad, la expansión indetenible de las fronteras agrícolas y  el radio de las concentraciones urbanas, la deforestación incesante de bosques y selvas. La pandemia producida por el virus SARS-COV-2 es la prueba definitiva sobre los impactos de la depredación ecológica y fue anticipada al menos desde finales de la primera década del siglo.[6] El curso que han adquirido los acontecimientos desde entonces, corrobora la inercia sistémica que elige sacrificar a la población, antes que replantear sus lógicas destructivas, lo que redunda en en un gigantesco y obsceno proceso de triaje social .

El ocultamiento de los efectos ecológicos del capitalismo en el largo plazo, incluye otros ámbitos, por ejemplo, la manera concreta e inmediata como esto impacta a las poblaciones humanas. Esto abarca desde la recurrencia de la violencia directa, como ocurre con el hostigamiento y asesinato de las y los defensores del territorio; pero que con otros ritmos también  implica el desplazamiento de poblaciones, la modificación radical de las formas de vida, la subjetividad y la cultura.

La violencia estructural, uno de cuyos componentes debe incluir las afectaciones ambientales, muestra de cuerpo entero la inercia sistémica que cierra el cerco sobre poblaciones de regiones enteras del planeta. Esto ocurre a través de la generalización y agudización de los efectos de sequías, huracanes, inundaciones y deslizamientos de tierras; pero también del aumento del nivel del mar, o la deforestación. Algunas de estas afectaciones, expulsan de manera constante a poblaciones campesinas, aunque ahora impactan también a las y los habitantes de las ciudades, como ocurre en aquellas que se sitúan en la proximidad de litorales y otras fuentes de agua.

Podemos pensar este proceso en la trayectoria de aquello que ha sido definido como intercambio ecológico desigual.[7] Lo que acontece no sólo por la depredación de bienes estratégicos, los efectos desestructurantes de las actividades extractivas, o la asimetría que se produce entre el consumo estrambótico de las élites mundiales y la escasez inducida en los países periféricos y del capitalismo dependiente. Como será planteado más adelante, la “maldición de los bienes naturales” compone en sus distintas etapas un escenario hacia el futuro en que los países que sufrieron el imperialismo y el colonialismo, ahora deben enfrentarse a los efectos que a largo plazo ha tenido la relación que estableció el capitalismo con la naturaleza.

Esas formas de devastación ocurren de manera constante, en procesos vertiginosos y acompasados, que en su profundidad destructiva no podemos sino avizorar en sus alcances. De más está decir que no pueden ser detenidos por decisiones individuales basadas en formas de consumo diferenciadas o en la disminución de las huellas ecológicas acotadas a segmentos de la población. Frente a la dimensión de la catástrofe, tampoco resultan suficientes las instancias colectivas, ni siquiera aquellas relacionadas con la pretendida autarquía de los Estados e inclusive con medidas de corte regional, ya que estas se ven superadas por el carácter general de la problemática. Cualquier alternativa en el horizonte debe partir de una toma de consciencia del proceso, del abismo que se abre frente a nosotras y nosotros; de una epifanía negativa sin precedentes y de la cual depende el futuro. Mientras tanto la depredación continúa, socavando la posibilidad del tiempo por venir.

Cambio climático y zonas de sacrificio

En la actualidad América Latina y el Caribe es la segunda región más propensa a desastres naturales en el mundo, de acuerdo a lo señalado por una publicación de la Oficina de la ONU para Asuntos Humanitarios. Desde el 2000, 152 millones de habitantes del área han sido afectados por 1,205 desastres entre los que se cuentan inundaciones, huracanes y tormentas, terremotos, sequías, aludes, incendios, temperaturas extremas y eventos volcánicos.[8]

En otro informe reciente sobre el tema, se especifica la vulnerabilidad de algunos países del área. En este caso fue la Oficina del Director de Inteligencia Nacional (ODNI por sus siglas en inglés), dependencia del gobierno de Estados Unidos que aglutina a 18 entidades de defensa, seguridad e inteligencia del país. En el reporte, primero en su tipo dedicado a las afectaciones a la seguridad nacional de Estados Unidos por el cambio climático, se señala que de los 11 países más vulnerables a nivel mundial por la carencia de recursos para hacer frente a los estragos ambientales de las variaciones en el clima, 5 pertenecen a nuestra región. Estos son Guatemala, Haití, Honduras, Nicaragua y Colombia; a los que se suman Afganistán, Birmania, India, Pakistán, Corea del Norte e Irak.[9]

Desde una perspectiva espacial, los territorios con mayor vulnerabilidad al cambio climático se encuentran en la franja geográfica planetaria de los países periféricos o semiperiféricos, cuyas problemáticas ahora incorporan la debacle ecológica. En estos lugares del mundo, que fueron tan necesarios para el despegue del capitalismo, las actividades extractivas produjeron efectos generativos que impulsaron el ascenso hegemónico de las potencias europeas y después de Estados Unidos, al mismo tiempo que en su interior esas mismas actividades remodelaron de manera negativa los ecosistemas locales.[10] Constituyen por tanto extensas zonas de sacrificio en las que se condensan actividades extractivas, modelos productivos, injerencias imperialistas/colonialistas, con todas las derivaciones de los procesos de racismo, inferiorización y marginación que estos conllevan.

En la actualidad entre los impactos producidos por el cambio climático pueden ser comprendidos, de manera muy general, entre aquellos súbitos o inmediatos, como ocurre con inundaciones, deslaves o los efectos de los huracanes; y otros de inicio lento que actúan de manera progresiva y sistémica como es el caso de las sequías o la elevación del nivel del mar. En ambos casos, estos procesos producen el empeoramiento de las condiciones de vida para millones de personas que habitan en esa porción del planeta, lo que tiene como correlato el incremento de la migración, lo que se ha situado en la avanzada de las problemáticas de nuestro tiempo.

Perspectivas más recientes han denominado a estas porciones del planeta como Trópico del Caos o Cinturón de Tensión Ecuatorial.[11] En el primer caso se alude a que se trata  de la zona del planeta que se extiende entre los Trópicos de Cáncer y Capricornio, en la que poblaciones con fuertes vínculos con la agricultura y la pesca ahora se ven enfrentadas al cambio climático. Esto implicaría hacia el futuro la posibilidad del incremento de distintas expresiones de conflictividad lo que incluye violencia armada y guerras. En el segundo caso, el denominado Cinturón de Tensión Ecuatorial tiene como características en el continente americano, la reiteración de huracanes y la devastación que tienen aparejada en regiones de México y Centroamérica; mientras que en una porción del Norte de Sudamérica, destacan procesos de deforestación, o como hemos atestiguado en los últimos años, incendios en bosques y selvas. Este tipo de eventos, en sí mismos destructivos, se ven potenciados en sus efectos por la precariedad de la infraestructura y capacidad de respuesta que hay en nuestros países, lo que deriva en efectos más mortíferos y devastadores.

En esta aproximación habría además dos modalidades de guerra provocadas por el calentamiento global y que se relacionan con lo antes esbozado en torno al desarrollo ecológico desigual. Una “guerra caliente” que ya está en marcha, y una por venir, denominada como “nueva guerra fría”. En lo relativo a los países ubicados en las proximidades de la línea del Ecuador el conflicto está relacionado con el incremento del calor y las sequías; lo que se relaciona con una mayor presión sobre el acceso a los bienes naturales, al mismo tiempo que pondrá en riesgo las condiciones de posibilidad de subsistir en dichas áreas. Resulta también una de las determinaciones del gigantesco éxodo centroamericano.

Por otro lado, en aquello que se identifica como Cinturón de Tensión Polar emergente, el deshielo provocará que tierras que hasta ahora resultaban poco habitables y productivas adquieran un clima más amable y compatible con su poblamiento. Además de ello, el mismo proceso puede hacer viable la exploración/extracción de hidrocarburos fósiles y de distintos tipos de minerales. En este caso, la tensión y creciente disputa que podría derivar en formas de conflictividad bélica estaría asociada con los intentos por hacerse de los bienes naturales que están alojados en esas zonas, hasta ahora de difícil acceso y apropiación.

En relación con estos dos procesos se debe considerar la manera como esto modifica las aproximaciones militares y su imbricación con las formas de control social. Por un lado en lo referente a la gran estrategia con la que se anticipan las afectaciones relacionadas con el calentamiento global, o la eventual escasez de recursos; pero también con algunos de los efectos persistentes, como la migración. Esto produce tensiones en distintos ámbitos que remiten a la disputa entre los países más poderosos, por ejemplo a partir de la decisión de hacer presencia en los polos, al mismo tiempo que se intentan contener a toda costa los flujos migratorios.

 

Centroamérica en el vórtice de la catástrofe

América Central resulta una región clave para la comprensión de los efectos del cambio climático, lo cual comporta distintas determinaciones. Por un lado, se trata de una región con alta vulnerabilidad respecto a amenazas geofísicas e hidrometeorológicas, lo que se vincula tanto con su ubicación geográfica como con su topografía. Por el otro, las condiciones de marginación y desigualdad en que se ha dado el desarrollo histórico de la región impactan en las modalidades de poblamiento, vivienda e infraestructura; lo que a la postre influye en la devastación que producen fenómenos ambientales. 

A esto se agregan los procesos de adquisición, concentración y acaparamiento de tierras por grandes corporaciones, en especial aquellas relacionadas con el agronegocio dedicado al monocultivo de palma africana o aceitera y a la caña de azúcar. Esto ha dañado las formas de vida campesina, no sólo de los pequeños propietarios de tierra, sino también las modalidades de trabajo asalariado en el campo, toda vez que el modelo agroindustrial demanda menos fuerza de trabajo.

Desde hace años América Central también fue identificada como la región tropical más vulnerable al cambio climático en el planeta.[12] De los 248 eventos climáticos e hidrometeorológicos registrados en Centroamérica entre 1930 y 2008, la mayoría ocurrieron en Honduras (54), teniendo como expresiones más frecuentes inundaciones, tormentas tropicales y deslizamientos de tierra, lo que representó aproximadamente el 85% de todos los episodios reportados. Estos fueron también el tipo de desastres que tuvieron el mayor impacto, en especial en la Costa Atlántica de la región.[13] Sólo en 2020 los huracanes Iota y Eta contribuyeron con el desplazamiento de un millón de personas. Estas son las afectaciones ambientales que revisten mayor atención y que dicho sea de paso, han permitido y justificado la realización constante de operaciones militares por parte del Comando Sur de Estados Unidos en el área, bajo pretexto de “asistencia humanitaria”. Corresponden también con los impactos súbitos del cambio climático a los que se hacía referencia.

En lo que refiere a los cambios de inicio lento, o aquellos que se dan de manera paulatina, la región cuenta con problemáticas que afectan de manera constante y profunda a sus habitantes. En especial, los focos de emergencia se relacionan con El corredor seco de Centroamérica, franja de territorio que corre paralela a la costa del Pacífico desde Chiapas, en México, hasta al occidente de Panamá, y que atraviesa tierras áridas en los países del Triángulo Norte, así como Nicaragua y parte de Costa Rica. Se trata de alrededor de 1.600 kilómetros de largo y entre 100 y 400 kilómetros de ancho en los que se concentra el 90% de la población de Centroamérica, así como las principales capitales de los respectivos países. Cuenta de manera aproximada con una población de 10 y medio millones de personas, 60% de las cuales vive en la pobreza de acuerdo a las formas dominantes establecer ese tipo de indicadores.

El cambio climático ha llevado a que en la actualidad, el Corredor Seco de Centroamérica combine periodos de sequía con otros caracterizados por lluvias excesivas; mismas que han devastado de manera paulatina los cultivos de maíz y frijol, fenómeno que se extiende ya por un periodo de 5 años. Esto se materializa en procesos de descampesinización, reducción en la producción de cultivos económicamente estratégicos e inseguridad alimentaria. Por si esto no fuera suficiente, la amalgama de temperaturas elevadas y el aumento de precipitaciones podría amplificar el brote de enfermedades como paludismo, diarreas, entre otras más. Como efecto dominó, la instauración de este tipo de condiciones contribuye con la diáspora centroamericana que desde otros énfasis, atrapa la atención de la opinión pública y de las agendas gubernamentales. Esto se puede calibrar al considerar que entre 2016 y 2020 como resultado de la inseguridad alimentaria o la falta de agua, porciones significativas de la población migrante refirieron que esas determinantes les impulsaron para emprender el camino hacia el Norte del continente: 18 % desde Guatemala, 14 % para Honduras y 5 % de quienes lo hicieron desde El Salvador.[14]

En virtud de las estrategias securitarias contra la migración promovidas por Estados Unidos, pero de la cual son comparsas México y los gobiernos de los propios países centroamericanos, se prevé que para el año 2050 la región que comparten, será reconvertida en una gran zona de contención, que podría contar con 3.9 millones de migrantes climáticos internos, lo cual representaría al 1.19% de la población total de los estados involucrados.[15]

Como síntesis del proceso, se debe considerar que en Centroamérica y en particular en el Triángulo Norte se concatenan distintas determinantes que van minando las condiciones de posibilidad de una vida digna para sus habitantes. Despojados de la capacidad de reproducir sus condiciones de existencia, también son presa de las dinámicas internas que sitúan a los tres países en los primeros escaños de violencia letal a nivel mundial por tasas de asesinato. A esto se suman los efectos sociales de sequías y canículas que expelen al campesinado al mismo que provocan inseguridad alimentaria. En la actualidad, con más de 60 millones de habitantes, esta región de Latinoamérica tan menospreciada, constituye una anticipación del páramo ecológico y social que nos espera si no se frena la inercia del capitalismo en su fase terminal y asesina.

 

 

 


[1]Texto publicado originalmente en el número 33 de la Revista CEPA del Centro Estratégico de Pensamiento Alternativo de Colombia y posteriormente en eSpartake Comunicación a la izquierda y empresa solidaria, Chihuahua, México.

[2] Susan Sontag, Sobre la fotografía, (México: Alfaguara, 2006).

[3] Bulletin of Atomic Scientists, “Doomsday clock timeline”, https://thebulletin.org/doomsday-clock/timeline/

[4] Concepto acuñado por Fritjof Capra a mediados de la década del noventa y que ha sido retomado y desarrollado también por Jason W. Moore, Capitalism in the web of life. Ecology and accumulation of capital, (Nueva York: Verso, 2015).

[5] Congreso de Estados Unidos, “Letter to DoD climate change in the National Defense Strategy”, 07 de febrero de 2022, https://www.warren.senate.gov/imo/media/doc/2022.02.07%20Letter%20to%20DoD%20re%20climate%20change%20in%20the%20National%20Defense%20Strategy%20FINAL.pdf

[6] En virtud de los procesos de zoonosis derivados del crecimiento de las ciudades y el desbordamiento de los límites entre especies. Pueden consultarse los trabajos al respecto de Rob Wallace y Mike Davis.

[7] Vega Cantor, Renan, El capitaloceno. Crisis civilizatoria, imperialismo ecológico y límites naturales (Bogotá: Teoria y Praxis, 2019).

[8] Noticias ONU, “América Latina y el Caribe: la segunda región más propensa a los desastres”, 03 de enero de 2020, https://news.un.org/es/story/2020/01/1467501

[9] ODNI [2021]. Climate Change and International Responses Increasing Challenges to US National Security Through 2040, Virginia, NIC, 21 de octubre, https://www.dni.gov/files/ODNI/documents/assessments/NIE_Climate_Change_...

[10] Paul K. Gellert, “Extraction and the world system” en Salvatore J. Babones y Christopher Chase-Dunn (editores), Routledge Handbook of World-Systems Analysis (Londres: Routledge, 2012).

[11] Christian Parenti,  Tropic of chaos: Climate change and the new geography of violence, (Nueva York: Nation Books-HBG); James R. Lee, Climate change and armed conflict: Hot and cold wars (Londres, Routledge, 2009).

[12] Giorgi, Filippo. "Climate change hot‐spots." Geophysical research letters 33.8 (2006).

[13] Héctor Lindo, “El Cambio climático, grave amenaza para nuestra economía”, El Faro, 23 de septiembre de 2013.

[14] Gabriela Oviedo, “La diáspora climática: el fenómeno que no se nombra”, El Faro, 18 de noviembre de 2020.

[15] Yamamoto, et al La movilidad humana derivada de desastres y el cambio climático en Centroamérica, Organización Internacional de las Migraciones, 2021.

 

Sequia en Nicaragua. Fotografía: elnuevodiario.com.ni

Tipo de contenido geopolítica