Reflexión sobre el recibimiento de los migrantes

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Las migraciones masivas son uno de los signos más agudos de la crisis civilizatoria que vivimos. Ni lo estados nacionales, ni el inexistente “orden mundial” son ya capaces de crear las condiciones mínimas de la vida en sociedad. Abonando al entendimiento de nuestro tiempo compartimos esta reflexión sobre las migraciones hacia Europa.

Por Solidaridad sin fronteras

12 de noviembre de 2015

Estamos siendo confrontados por la llegada masiva de poblaciones que huyen del horror cotidiano de la guerra y de las luchas mafiosas que la geopolítica de las empresas multinacionales mantienen en todas partes. El fenómeno de las olas migratorias es parte de la política del caos dictada por las exigencias del capitalismo financiero, que coloniza y destruye el planeta para obtener ganancias de ello en el corto plazo. Esta es una evidencia que salta a los ojos de todos. Pero ello no basta para comprender los mecanismos de la realidad, ni para hacerle frente y remediar sus deplorables consecuencias.

La urgencia a la que hacen frente los poderes estatales y regionales incita en primer lugar a encontrar y acondicionar rápidamente espacios de recepción. Ahora bien, a más o menos largo plazo, esta solución puede dejar de serlo, en tanto plantea el problema de la acogida meramente caritativa. Se recibe a los refugiados con buenos discursos, en los que pronto se muestra la hipocresía de los poderes públicos, rebasados por el número y la falta de organización. No se necesita mucho tiempo para que crezcan las reticencias de los habitantes locales, y para que éstas alimenten las reacciones de rechazo, de exclusión, de odio (así pasa con los amigos que se albergan en casa y que por la duración de su estancia rebasan el “umbral de alojamiento”).

¿Cómo podría ser de otro modo? La creciente pauperización ha creado un mercado de la caridad del cual saben sacar provecho los clientelismos de izquierda y de derecha. Quien dice mercado dice competencia. Es bien conocido el argumento “los desempleados ganan más, sin hacer nada, que yo trabajando”, o “¿por qué ayudar a los extranjeros en lugar de a nuestros connacionales?” Alimentar el resentimiento y apostar por él con fines electoralistas es el capital ideológico de la derecha extrema o moderada. Cierto, pero a “la izquierda” reina la hipocresía humanitaria. Una solidaridad que no halla los medios para llevarse a cabo no hace sino aportar agua sucia al molino de ese cálculo egoísta tan acorde a los comportamientos predatorios y al mercantilismo que reinan en todos los niveles de la sociedad. La política caritativa de la acogida pasiva provoca reacciones de miedo bestial, de odio, de exclusión, de repliegues comunitaristas (clanes religiosos, étnicos, regionalistas), atiza el resentimiento del pobre respecto del más pobre que él.

¿Cómo salir de la caridad y del recibimiento pasivo? Empecemos por no ver en los exiliados un rebaño expulsado por la destrucción de su entorno y de su propia existencia. Es cierto, son hombres, mujeres, niños, que han perdido todo. Pero también son individuos prestos a recomenzar su existencia, son personas que llegan con sus talentos, sus saberes, sus deseos de vivir.

Las buenas conciencias hablan de integrarlos ¿Integrarlos a qué? ¿A los mecanismos de nuestras democracias corrompidas, a los valores democráticos que obedecen a las leyes del dinero y del consumo? Si acaso estamos ligados a una democracia no es por supuesto a ésa, sino a la que renace del aprendizaje de una vida en la que la felicidad de cada uno es inseparable de la felicidad de todos. Nosotros también somos presas de una guerra, menos brutal pero más hipócrita, una guerra que destruye nuestras conquistas sociales y nuestras aspiraciones de un mundo “más acogedor”.

Confiar en la fraternidad y en la creatividad de los desheredados es un proyecto de sociedad. A contracorriente del egoísmo de los que aún se ilusionan con ser ricachones, tal es el único medio de erradicar desde la raíz (y no mediante las palabras bienintencionadas), el ostracismo, el comunitarismo, los racismos multicolores. La creación de condiciones de vida en las que cada cual se sienta involucrado no tiene nada que ver con llenarse de etiquetas y de identificaciones geográficas. Lo único que cuenta es el ser humano.

Al respecto, la experiencia de los colectivos libertarios de Grecia me parece ejemplar. En numerosas ciudades, ha creado una base capaz de ofrecer a los emigrantes, a los sin casa, a los desempleados, a los excluidos de la sociedad mercantil, más que una simple estructura de recepción, más que un abrigo contra la dureza de los tiempos. En Grecia existen las condiciones adecuadas para contar con un centro de aprendizaje en el que las habilidades de cada cual puedan encontrar camino libre.

Pienso en dos modelos conocidos (no dudo que existen otros): la Universidad de la Tierra en San Cristóbal de las Casas, Chiapas, y la Universidad de los descalzos (Barefoot College) en Rajasthan, India. El presente es también un momento para multiplicar las escuelitas zapatistas. Cualquiera que posee un saber sobre un dominio particular encuentra ahí la ocasión de enseñarlo sin esperar otra cosa de sus “alumnos” que ellos compartan a su vez el saber adquirido. Enseñanza colectiva, parques mantenidos colectivamente, talleres de creación científica, artística, literaria, fabricación de bienes indispensables, crean las condiciones prácticas de una solidaridad en el mayor bienestar, único capaz de poner fin a los daños del consumismo, a los sectarismos religiosos, a los enfrentamientos étnicos y comunitaristas.

En una época en la que el estado, bajo cualquier color que se pavonee, no es más que un instrumento de las mafias bancarias y empresariales, vamos a recordar al absurdo mundo de la ganancia y la pérdida, que todo puede venderse, excepto el ser humano.

Aparecido en La voie du jaguar

Traducido del francés por Raúl Ornelas

 

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Tipo de contenido geopolítica